En Fortaleza´85 tenemos como eje fundacional de trabajo la salud
perinatal y sus derechos. Desde la convicción de que el actual modelo de
atención dominante no construye sus prácticas según parámetros médicos y
/o científicos, sino que las ejecuta desde elecciones adoptadas a partir de
un marco político-cultural patriarcal.
Esto significa que la realidad imperante en las salas de parto,
no se debe a que falten avances médicos que hagan de estos procesos un evento
más “amable”, ni que falte evidencia científica que demuestre que el actual
modelo de atención intervencionista y ejecutor de violencia obstétrica es
nocivo para la mujer, su hijx y su familia. Sus bases se asientan en las
creencias y paradigmas culturales que nos rigen, y tienen un fuerte significado
político y sobre la subjetividad de la mujeres, en tanto y en cuanto reproducen
mecanismos de control sobre ellas y sus hijxs y evidencian como socialmente aún
se pone sistemáticamente en duda la capacidad de las mujeres de ejercer
autonomía y soberanía sobre sus cuerpos, su derecho a decidir y elegir.
El mensaje subyacente de la atención perinatal dominante es que las mujeres seguimos siendo objetos y no sujetas de derechos y por ende requerimos de la tutela del varón, el estado y/o el/la profesional de la salud para que tomen decisiones en nuestro nombre. Más allá de las leyes y el discurso políticamente correcto, la asistencia obstétrica, demuestra hasta que punto seguimos siendo consideradas ciudadanas de segunda y que nuestro bienestar físico, emocional y psicológico está relegado a un último plano.
Es por esto que, aunque tomamos como tema de estudio las construcciones y prácticas en torno al embarazo, parto y posparto, no lo hacemos sólo por el parto como hecho concreto, puntual y aislado sino por todo aquello que el mismo revela sobre la realidad social a la que seguimos siendo sometidas las mujeres y los mecanismos de control y dominación a los que somos expuestas.
Si vamos a una sala de parto y tomamos la imagen que damos como universal y fija: una mujer acostada, con las piernas abiertas y posiblemente atadas, (posición cuya única razón de ser es brindar comodidad al equipo obstétrico aún a costa del bienestar y necesidades emocionales y fisiológicas de la mujer y el/la bebé), enchufada a un suero colocado por rutina y no por necesidad , (como si fuera un cordón umbilical a la institución, con el mensaje implícito que esto trae de que su supervivencia y salud dependen de la intervención médica), privada de su voz y de la expresión de sus necesidades, emociones y deseos que serán siempre tomados por caprichos, pedidos ridículos producto de su estado hormonal y su emocionalidad susceptible y débil. Sin poder ejercer potestad sobre su hijx y su salud, considerándola egoísta e inconsciente por no pensar en el bienestar de su hijx, si osa exigir sus derechos. Sometiéndola a ella y a su bebé a prácticas innecesarias, invasivas y crueles tan sólo porque lxs profesionales creen que es lo mejor, aunque la evidencia científica demuestre lo contrario.
En el modelo de atención impera la creencia que los procesos sexuales y reproductivos de las mujeres son patologías que deben ser tratadas y nuestros cuerpos son asumidos como maquinaria fallada. Es en estos procesos además, donde más se nos exige aquellas características para las que hemos sido socializadas, ser “buenas chicas”; obedecer sin cuestionar; no ser escuchadas, ni vistas, actuar como si no estuviéramos; tener un alto registro de las emociones y necesidades de lxs otrxs en detrimento de las propias y por supuesto estar dispuestas al sacrificio y abnegación materna.
Es interesante notar incluso, que para algunas mujeres el encuentro percibido como el más brutal y descarnado con la violencia machista fue durante la atención obstétrica, fue en sus partos donde sintieron la apropiación y dominación cruel sobre sus cuerpos y la total desestimación de su autonomía, necesidades y expectativas.
El modelo de atención perinatal dominante es sin lugar a dudas un proceso de violación y vulneración sistemática sobre las mujeres y sus hijxs con total legitimación y naturalización social. Es por esto, que desde nuestra agrupación denunciamos enfáticamente este modelo, por ser no solo perjudicial, violento, obsoleto y iatrogénico para con las mujeres y sus hijxs, y atentar constantemente sobre su bienestar físico, emocional y piscológico, sino porque sus prácticas cotidianas naturalizan e incluso legitiman la violencia a la que somos sometidas las mujeres en la sociedad patriarcal en la que estamos inmersxs. Y eso es un problema socio-cultural y político que nos involucra a todxs.
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