Por Rosana Mazur, Violeta Osorio, Marcia Cortese
Por prejuicios, desconocimiento y miedo, el Parto Planificado en
Domicilio (PPD) es siempre cuestionado. Se lo toma como un “fenómeno” en
respuesta a una realidad institucional y no como modelo de atención integral,
una opción completa en sí misma. Sistemáticamente se lo considera desde una
única óptica: en función de la realidad institucional. Se toma como referencia
universal el parto institucional y desde ese espectro se mira y evalúa el parto
planificado en domicilio.
Esto conlleva un doble estándar en cualquier apreciación: todo lo que
suceda dentro de una institución se asume “inevitable” y es el lugar adecuado y
único donde la vida es resguardada; en cambio, al PPD se le exige riesgo cero o
100% de garantía. Es un mandato sociocultural preestablecido. También de ello
se desprende la falsa idea de que la única razón por la que existe el PPD es
para evitar una realidad institucional hostil e intervencionista, siendo esto
un simplismo absurdo ya que es un modelo de atención de la salud perinatal, no
una moda, un fenómeno o una vía de escape. Entendernos como mujeres/familias
protagonistas de nuestra propia vida y decidir autónomamente sobre ella es uno
de los pilares fundamentales en el PPD.
Por otra parte, en Argentina, el parto planificado en domicilio es una
opción completamente minoritaria que no llega siquiera al 1% de la población,
esto no le resta legitimidad, pero si hace que se trate de un relato menos
habitual, siendo un universo pequeño en el que casi todxs lxs profesionales y
equipos que asisten tienen cara: somos pocxs y nos conocemos mucho.
La conjunción de estos elementos, tiene como resultado dos fenómenos
particulares, pero relacionados entre sí: por un lado se tiende a hacer de la
casuística estadística, es decir, que cuando sucede un caso particular y
aislado de un PPD que termina en tragedia, se presenta desde los medios y el
sistema médico hegemónico como la realidad universal del PPD, con lo cual no se
mira, por ejemplo, el caso particular de un bebé que fallece para determinar
las causas de esa muerte y, si se trató de un caso inevitable o difícilmente
reducible, sino que automáticamente se expone “el PPD mata bebés” y se cierra
la carpeta bajo el título “causa de la muerte: parto en casa”. De más está
decir que nadie se muere de parto en casa, como tampoco se muere de parto en
institución. Ya lo ha expresado la OMS, en un nacimiento de bajo riesgo la
seguridad no está determinada por el lugar, sino por la práctica obstétrica.
Por otro lado, por supuesto están los casos en los que el equipo o
profesional obstétrico que asistió un nacimiento que derivó en tragedia efectivamente
cometió errores en la práctica o vacíos en la atención. Automáticamente aparece
la condena social, el titular amarillista: “el PPD es malo, lxs profesionales
son negligentes…” en ambas situaciones un caso (casuística), del que ni
siquiera conocen los detalles, lleva a determinar que el PPD no es una opción
viable.
Volvamos al doble estándar e imaginemos esta situación en una
institución: un parto termina en tragedia… ¿imaginan un titular que diga “hay
que prohibir el parto en institución”? o una conversación que gire
entorno a: “ya te decía yo que la moda esa del parto institucional era
peligrosa”. Pensemos ahora que una mujer cuenta su experiencia negativa con un
profesional o equipo concreto dentro de una institución, ¿la reacción del
entorno es: “qué horror! la opción esa de parir en una institución es una
negligencia”? No! Jamás, porque culturalmente hemos asumido que el hecho de que
un nacimiento ocurra en una institución es una cuestión universal, innegociable
e incuestionable, suceda lo que suceda, se asista como se asista. El parto
institucional jamás se cuestiona en función de casos o profesionales, sino que
se lo toma como modelo de atención único y como verdad máxima absoluta. Con lo
cual, el PPD tiene que demostrar nacimiento tras nacimiento su seguridad y
viabilidad.
No importa la evidencia científica metodológicamente confiable y
actualizada a favor del PPD, como no importa que NO exista evidencia científica
que demuestre la seguridad de la institución, lo sentimos, pero la seguridad del
parto institucional, como verdad absoluta no es otra cosa que una creencia. Los
modelos de atención deben ser mirados, evaluados y estudiados como tal, los
estudios en torno a su seguridad y viabilidad se realizan en función de
criterios avalados científicamente y sus prácticas acordes a esos criterios, no
de casos particulares o profesionales con nombre y apellido.
Pero tal vez lo más nocivo del hecho de que al PPD no se lo mire como
modelo de atención integral, sino en función de lxs profesionales concretos que
asisten en casa, es el impacto que esto tiene en las elecciones y experiencias
de las mujeres y familias que lo eligen.
El PPD no tiene caras ni es de nadie, no existe profesional alguno que
pueda arrogarse el derecho (ni siquiera basadx en su trayectoria, experiencia o
formación) de ser el/la representante del Parto en Casa. Ninguno de lxs
profesionales que asisten, que asistieron o asistirán son El Parto en Casa.
Para ser más claras, Michel Odent o Ina May Gaskin, por poner dos ejemplos, tampoco
son El Parto en Casa, por más que se trate posiblemente de dos de las figuras
más emblemáticas en este ámbito.
Las mujeres parimos en casa antes de ellxs y lo seguiremos haciendo
después de ellxs y por encima de cualquier error en la atención que hayan
podido tener o nacimientos con resultado desfavorables. Entonces, volvamos al
doble estándar… ¿quién diríamos que es El Parto Institucional?
Si la elección de parir en casa está mediada por la ilusión de ser
acompañadxs por un/una determinadx profesional o equipo y no por el deseo de
parir en casa, así en seco y sin más (más allá de la elección concreta del
equipo) no sería la mejor opción, es una elección sesgada. El PPD se trata de
autonomía, de ejercer la soberanía sobre nuestros cuerpos, nuestros procesos y
bienestar, no de entregar el útero al/la profesional gurú de turno.
Por supuesto entendemos el vínculo entrañable y de confianza que se
establece con quienes asistieron el nacimiento de nuestrxs hijxs, pero por más
maravillosos increíbles que sean ellxs no son el parto en casa. El parto
en casa los excede, es mucho más grande y el modelo no puede ni debe ser
cuestionado por errores particulares de lxs profesionales que asisten.
Por supuesto es indiscutible que se busca que cada mujer y familia
elijan el equipo o profesional con el/la que se sienten más cómodas y les da
más seguridad, pero en función de cómo está conformado el equipo, la manera de
trabajo que proponen, el modelo en el que se enmarcan, el vínculo que
establecen, no por quién es de nombre y apellido y sin más información
que la ilusión de tener cerca esa “figurita”. En un momento fundacional como lo
es una gestación, parto y nacimiento, es donde nuestras decisiones y recorridos
toman una responsabilidad íntima y profunda que debemos asumir. Por lo tanto,
la elección de quienes nos acompañen debe responder a nuestras necesidades y
expectativas, más allá del nombre que tengan. No es momento para la foto y el
autógrafo.
Cuando le damos a un/a profesional el poder de ser “El Parto en
Casa”, renunciamos a nuestra autonomía y soberanía. Dejamos entrar en nuestra
intimidad y en nuestro hogar a alguien con mayor jerarquía que nosotras, les
adjudicamos un poder que no deben tener, que de hecho es peligroso que lo
tengan. La realidad perinatal dominante ya nos ha demostrado que cuando las
mujeres nos relacionamos con lxs profesionales de la medicina desde un lugar de
sumisión a su saber el resultado es que “nos hacen el parto” aún en nuestra
propia casa y bajo nuestras sábanas, lo que es incluso más nocivo por el nivel
de intimidad y vínculo que se establece.
El parto planificado en domicilio es ante todo una decisión de autonomía
y soberanía sobre nuestros cuerpos, los procesos que estamos atravesando y
nuestro bienestar y el de nuestrxs hijxs. Nadie puede obligarnos a parir en
casa, como contrariamente si sucede con el parto institucional.
La elección del lugar del nacimiento de nuestrxs hijxs puede ser un
maravilloso ejercicio de autonomía, una enorme oportunidad para ubicarnos como protagonistas
de nuestra vida y nuestras decisiones, asumiendo que tenemos el poder, que
siempre lo hemos tenido y que la construcción de salud y bienestar implica
hacerse cargo de él.
Y por supuesto, no podemos olvidar jamás al principal ausente: el Estado
en su ineludible responsabilidad de garantizar derechos, y, cuando de salud
perinatal se trata, de ampliar y generar la disponibilidad adecuada de los
mismos a lo largo y ancho del territorio nacional. Su ausencia en la garantía
de derechos se traduce en su grave presencia violándolos sistemáticamente.
Es hora de empezar a entender que:
- La
salud es un derecho humanx inalienable y nos pertenece a todxs por igual.
En nuestro país ¿este concepto está claro? ¿Hay salud para pocxs? ¿Hay
salud de primera y de segunda categoría? ¿Solo para quien la puede
“pagar”? o ¿Para el/la que es “especial”?
La salud no es materia de lxs profesionales de la medicina exclusivamente, la salud es una construcción colectiva donde es importante la participación de todxs lxs actores que la componen. La socialización horizontal del conocimiento es la única construcción posible de salud. Cuando hablamos de acceso libre a la salud como derecho, debemos pensar en una fuerte capacidad de modificar el sistema en función crear y proponer políticas amplias, claras y que respondan a las necesidades de la comunidad, sin discriminación alguna, con una fuerte perspectiva de género. No solo en cuanto a legislación se refiere y a la presencia del estado como garante de leyes, derechos y recursos, sino también al ámbito de formación de lxs profesionales, instituciones, proveedores, etc. en la escucha y articulación horizontal con la sociedad en su conjunto.
- El
parto no es una enfermedad , es un proceso fisiológico y deber ser
asistido como tal, patologizar sistemáticamente los partos es vulnerar el
derecho a la salud. Desde hace décadas distintos organismos, con la OMS a
la cabeza (un organismo bastante conservador) vienen alertando sobre las
nefastas consecuencias en la salud física, emocional y psicológica a
corto, mediano y largo plazo que el modelo de atención perinatal dominante
está infringiendo en toda la sociedad.
3.
La/el profesional idónex para la atención de los embarazos y partos
sanos (bajo riesgo obstétrico), un criterio que se cumple según cifras de la
OMS en el 85% de los nacimientos, es la/el parterx y por lo tanto debe ser
una/un profesional autónomx. Para la patología está la/el obstetra que es de
base un cirujanx y expertx en partos instrumentales. En Argentina está muy
arraigada la idea del/a obstetra como el/la profesional idónex para los partos
y su presencia parece representar el status social y económico de quien el/ella
asiste. Los/las parterxs han sido sistemáticamente desacreditadas de todas
formas en su quehacer por tratarse de una profesión “femenina y de cuidados”
menoscabando su importancia y relegándolxs al rol de asistentes de lxs médicxs
que usurparon su labor. Esto llevó a que las prácticas obstétricas basadas en
la salud y el bienestar materno-fetal se convirtieran en un sin fin de
intervenciones invasivas e incluso crueles, solo “por si acaso”, asumiendo todo
nacimiento como un potencial hecho patológico y trágico. El principio de “ante
todo no dañar” de la medicina expectante y respetuosa fue cambiado por un
asedio sistemático desde el miedo, el control y el poder.
4.
El parto planificado en domicilio es un modelo de atención integral
existente antes que se impusiera el institucional, y casualmente los sistemas
de salud (con fuerte presencia del estado) que mejor garantizan este derecho en
el mundo (Canadá y Reino Unido) lo incluyen dentro de la oferta “oficial” e
incluso recomiendan y alientan a las mujeres que cursan embarazos de “bajo
riesgo” a elegirlo. Lo que en definitiva conforma un único modelo de atención a
la salud perinatal inclusivo y garante de derechos, independientemente del
lugar y el nivel de complejidad que elija y requiera cada mujer/familia.
Debemos asumir la responsabilidad personal y social de deconstruir el
poder mercantilista y violatorio de los más básicos derechos humanos como son
el parto y nacimiento. Como sociedad es imperativo y urgente terminar con el
avasallamiento de sobre los mismos, que atentan sobre la salud de la población
toda.
Comentarios
Publicar un comentario