El nacimiento, ese momento fundante y único que debería ser tratado con sumo respeto, dignidad y cuidado, donde cada acto debería ser pensando para honrar y celebrar la vida, se ha transformado en una de las peores torturas que habremos de padecer. El/la bebé viene del placer y el bienestar y en segundos queda frágil y vulnerable en manos del maltrato y la violencia y no existe justificación ni ética ni científica para tal atropello, tan solo la inercia y costumbre de un sistema de atención perinatal construido a espaldas del bienestar, las necesidades y los derechos de la díada. Pero lejos de lo que se cree, el/la bebé si tiene voz y grita con sus células cada una de sus necesidades.